Un informe publicado por la ONU
advierte que hasta el 40 por ciento de las tierras están desertificadas o
degradadas, y que más de tres mil millones de personas (alrededor de un tercio
de la población mundial) sufren esta situación. Algunas de las causas que
explican este fenómeno son la sobreexplotación agrícola, la deforestación y el
aumento de las temperaturas, que se traducen en sequías o inundaciones que
perjudican el suelo. Por su parte, las consecuencias van desde pérdida de
millones de hectáreas aptas para cultivar cada año hasta escasez de agua en un
futuro cercano. Mientras tanto, con menor resonancia que la cumbre climática,
en Arabia Saudita se lleva a cabo la COP16, cuyo objetivo es “combatir la
degradación de la tierra, la desertificación y la sequía, y promover el
desarrollo sostenible”. Además de frenar este panorama, la pregunta que da
vueltas es si se puede revertir este presente y restaurar lo que está seco o
degradado.
“Afortunadamente existen
posibilidades de recuperación de los suelos degradados, pero eso implica una
inversión de energía y de conocimiento para llevarlo a cabo. La regeneración se
hace poniendo plantas en el suelo y logrando que crezcan para generar el ciclo
del agua”, explica Luis Wall, director del Laboratorio de Bioquímica,
Microbiología e Interacciones Biológicas en el suelo de la UNQ, en diálogo con
la Agencia de
Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.
Y detalla: “El suelo no se puede
regenerar de golpe porque, entre otras cosas, las plantas toman el agua del
suelo a través de las raíces y la evaporan a la atmósfera. Entonces, para que
llueva se necesita que existan plantas que hagan recircular el agua entre el
cielo y el suelo. Cuando las plantas no están, el suelo simplemente
evapora el agua y no tiene manera de recuperarla más que por lluvias, pero
estas empiezan a escasear porque no hay vegetación que transpire, entonces eso
también modifica el ciclo”.
Las sequías son cada vez son más
frecuentes y más intensas en todo el mundo. De hecho, se estima que
aumentaron casi 30 por ciento desde inicios de siglo. La tierra seca tiene al
menos dos consecuencias directas: menor absorción de dióxido de carbono y
escasez de agua.
En este sentido, el cambio
climático juega un rol clave ya que es causa y consecuencia de este fenómeno.
Si los ecosistemas terrestres captan alrededor de un tercio de estos gases de
efecto invernadero, los suelos degradados tienen menor capacidad de acción y
potencian el calentamiento global.
¿Hay soluciones a la vista?
Cuando un suelo está degradado
significa que perdió su capacidad de hacer crecer plantas sanas, algo que
también se conoce como fertilidad. Aunque hay causas naturales vinculadas a las
inundaciones o aumentos de la temperatura (donde también se debate hasta qué
punto esos eventos suceden por culpa de la acción humana), el científico de la
UNQ afirma que gran parte de la degradación tiene que ver con el uso que se
hace de él.
“A veces hay ciertos suelos que no
se adaptan al nuevo uso y funcionan durante un tiempo hasta que se degradan. En
el caso de la agricultura, la utilización excesiva también lo perjudica”,
resalta Wall, quien fue nombrado como embajador del año por la Sociedad
Internacional de Ecología Microbiana.
En este aspecto, los
fertilizantes y los químicos orientados a maximizar el rendimiento de la
agricultura impactaron en el funcionamiento biológico de los suelos, ya que
fueron explotados hasta perder la capacidad de absorber el agua o nutrir a las
plantas.
En consecuencia, los suelos dañados
no sirven para criar animales, hacer cultivos ni generar alimentos. A su vez,
tampoco se pueden crear elementos que son útiles para la industria textil o
materiales para la construcción. “En un terreno así no se puede producir
biomasa, que es lo que generan las plantas de cultivo, los árboles y los
animales”, resalta el investigador. Entonces, las poblaciones que viven en esas
zonas deben adaptarse de alguna manera o migrar hacia otras zonas.
Sin embargo, no todo está perdido y
existen alternativas que apuntan a reconstruir el suelo mientras se lo sigue
utilizando. Por ejemplo, una de las opciones es la agricultura
regenerativa, donde no solamente se hacen cultivos para cosechar y extraer un
producto, sino que también nutren la tierra.
“Se los conoce como cultivos de
servicio porque, con distintas diversidades de plantas, le hacen un servicio al
suelo. No obstante, la regeneración no es azarosa y no es cuestión de
dejar que la naturaleza lo haga. Así como el hombre genera la degradación de
los suelos, tiene el conocimiento para regenerarlos”, subraya Wall.
Según la Convención de las Naciones
Unidas de Lucha contra la Desertificación, órgano que impulsa la COP16, cada
año se pierden 100 millones de hectáreas de tierras sanas y productivas, lo que
equivale casi a la superficie total de Bolivia. Para revertir esta situación,
explican desde ONU, es necesario restaurar 1500 millones de hectáreas de
tierras degradadas para 2030.